Rocío Illanes
Rocío Illanes
Texto algo menos breve contando por qué bailo, por qué me dedico a esto y por qué hago lo que hago como lo hago…
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.
El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
Y si quieres saber algo mas… esta es toda mi historia, si me quieres contar la tuya, me encantará leerla 😉
Los primeros recuerdos que tengo de pequeña están llenos de lunares, volantes y trajes de gitana. Me pasaba todo el día con los trajes de mi madre puestos y no dejaba de dar vueltas y de bailar por cada rincón. Mi madre ya noto mi afición y me apuntó a clases de baile con solo 3 años.
Me encantaba ponerme frente a un espejo que tenía en casa con mis zapatos e imaginar que había público. Tantas horas me pasé allí que acabé gastando el suelo y empezaron a asomar las piedras del terrazo que teníamos en casa.
La verdad nunca pensé en dedicarme a esto. Bailaba porque me divertía y me entretenía preparando coreos y vestuarios con mis primas.
Gasté el suelo de mi habitación de tanto bailar
Llegó la adolescencia y mi vida empezó a llenarse de inseguridades: mi cuerpo, mi pelo, mis orejas… todo me parecía un horror. En las clases me empecé a sentir pequeña e insignificante y sentía que todos bailaban mejor que yo. Todos parecían ser o tener algo de especial. Todos menos yo. Se sumaba a eso que me convertí en una persona muy tímida e insegura.
A pesar de eso, yo seguía bailando y me desmelenaba en mi habitación o en frente de la televisión, intentando replicar los bailes de mis videoclips favoritos.
El último curso de instituto realmente me fue mal y tuve que dejar de bailar. Me pasaba días y noches enteras estudiando para poder aprobar , y cuando conseguí hacerlo me di cuenta de que no quería ir a la universidad como siempre había pensado; lo que quería era bailar. El tiempo sin bailar me hizo darme cuenta de lo que echaba de menos el baile. Así que, me fui a Sevilla con el objetivo de aprender a bailar y me sorprendí al ver que la danza se estudiaba y de que había estudios reglados y homologados. Hasta entonces la palabra “conservatorio” me hacía pensar en estudiar música, pero conocí que había otro tipo de conservatorio y que allí se estudiaba danza. ¡Vamos, mi sueño americano pero en Sevilla!
El primer año en Sevilla fue un descubrimiento para mi: yo venía de una aldea pequeñita, y Sevilla era una ciudad enorme y con mil cosas que hacer, así que me apuntaba a todo: bailar, cantar, actuar… acabé ese año sabático definiendo lo que quería hacer: ir a la universidad, pero quería una plaza en ese lugar que había escuchando que se estudiaba danza de manera profesional: el conservatorio de danza.
Puse mi objetivo en es lugar aunque tuve que escuchar cien veces eso de “eres muy mayor”, “eso se empieza cuando eres pequeña”, “eso no son estudios de verdad”… Aprendí a escuchar y agarrarme solo a quien decía que tenía posibilidades de conseguirlo. Vamos, mi familia y mis amigos más cercanos.
Entrenar, ensayar y cuidar cada detalle para esa prueba se convirtió en una obsesión en mi vida. A veces me iba allí a la puerta del edificio y veía a la gente salir y entrar con sus uniformes, sus mochilas, sus moños… soñaba con ser una de esas niñas. Finalmente, y con muchas historias que contar en esta etapa, conseguí una plaza. La verdad, todo era muy distinto a cómo me lo imaginé, pero me encantaba: la disciplina, los profesores, las cosas nuevas que estaba aprendiendo.
Así que, los siguientes años combiné empresariales y danza como pude: básicamente estudiando en el bus de línea, comiendo bocatas y estudiando contabilidad o derecho en spagat para mejorar mi flexibilidad.
Fue en esta etapa, cuando conocí a Álvaro Méndez y Coke, de Alvarycoke. Recuerdo que tras hablar con él la primera vez llegue a casa preguntándome muchas cosas e incluso llorando. Me revoloteó por dentro mi presente y futuro y me hizo preguntarme muchas cosas que nunca antes había pensado. Me apunté a sus clases y al mes gané un premio sin saber muy bien ni cómo. Eso fue el detonante para que cambiara la percepción de mi misma y empezar a confiar en mi. Encontrar a un profesor que me diera más experiencias que pasos, que me pusiera muchas veces al límite y que, confiara en mí, fue el cambio que marcó mi carrera.
Encontrar a un profesor que me diera más experiencias que pasos, y que confiara en mi, fue algo que lo cambió todo.
Estuve años formando parte de su compañía y eso me permitió hacer actuaciones a nivel nacional, formar parte del circuito de danza de la junta de Andalucía o ir a programas de televisión. En definitiva, a vivir mil experiencias de este mundillo.
El aprendizaje de todo esto vino marcado también por la confianza que Albaro ponía en mí para detalles de los espectáculos relacionados con los arreglos musicales, la organización o cualquier cosa que se le ocurriera el último día. Muchas veces me pedía opinión sobre algo o simplemente me pedía que hiciera algo de lo que yo no tenía ni idea. Yo le decía que no sabía hacerlo y él respondía con un “bueno, tú inténtalo, seguro que algo puedes hacer”.
Y ahí me quedaba yo con cara de “¿pero que dice este hombre?”. Al día siguiente, buscaba o preguntaba cómo podía hacerlo hasta que conseguía alguna solución. Con los años agradezco mucho que me pusiera en esas situaciones porque fue un gran aprendizaje para mi y muchos de esos aprendizajes los aplico hoy en día.
También ellos me dieron la oportunidad de ser profesora en su escuela y fue al terminar una de las clases cuando Álvaro me dijo algo que, hoy por hoy, recuerdo con bastante frecuencia :”tus alumnos salen de tus clases eufóricos, cargados de energía y motivación.
Dicen que haces mezclas raras, pero que les encanta”. Esas mezclas son las que hoy por hoy uso en mis clases, combinando estilos, usando psicología para sacar lo mejor de cada uno, y sobre todo poniendo atención a que cada alumno tiene un mundo dentro que debo conocer a través del baile.
Esos años fueron universidad, conservatorio, compañía y escuela de baile. Fines de semana ensayando o bailando donde tocara y el domingo a recargar pilas al pueblo para empezar el lunes. Necesitaba volver a casa a recargarme de energía con mis padres y aprovechaba ese rato del viaje para estudiar cosas que tenía pendientes.
Entonces llegó mi primera lesión: rotura fibrilar del abductor, algo que no había escuchado en mi vida pero que no me dejaba mover mi pierna. Después de varios meses de reposo, fui a un gimnasio para hacer la rehabilitación y acabé entrando a todas las clases colectivas. Me encantaba la manera tan distinta de las clases y la energía que desprendían los monitores. Tanto me gustó aquello que años después comencé a formarme para hacerme monitora.
Llegó el penúltimo año en el conservatorio y decidí cambiar de aires e irme a Málaga. Quería hacer la prueba de acceso al Superior de danza de Málaga, y estando allí sentía que podría adaptar mejor mi estrategia de futuro. Ese año me fui a vivir sola y me reconocí a mi misma. La idea de Sens ya se implantó en mi cabeza y fui apuntando en un cuaderno cómo quería hacerlo.
Ese año fue durísimo: lesiones, una neumonía, un esguince, perdida de peso… No pare en ningún momento y la verdad creo que fue tanta información, que ese año no me encontraba a mi misma. Empecé a odiar el flamenco, empecé a cuestionarme por qué bailaba y donde quería llegar con todo aquello. En mi mente estaba Sens, pero me daba miedo no saberlo todo y por eso no quería dejar de estudiar. Así que seguí en el bucle de estudiar y estudiar sin encontrar mucho sentido a nada y sin saber ni muy bien para qué hacía todo eso.
Y sí, ese año acabé empresariales y conseguí una plaza en el conservatorio Superior de Málaga. Mi madre entonces deseaba que hiciera las prácticas en un banco. Ella siempre me ha apoyado en todo, pero siempre ha soñado con verme bien vestida y sentada en uno de esos mostradores grises, con una tarjeta de visita con mi nombre, y un sueldo fijo cada mes. La verdad es que a mí, nunca se me pasó por la cabeza . Yo hacía tiempo que andaba con mi cuaderno de “sens” por todos lados.
En esa etapa recorría todos los días más de 200 km para ir a Málaga a las clases, en coche o en tren. En esos recorridos fui perfeccionando lo que hoy es “Sens”. Anotaba ideas de cómo hacerlo, de números, de ideas, hablaba de mi proyecto con las compañeras en la cafetería, les enseñé incluso el logo… pero ahí se quedaba todo, en un cuaderno. Estaba metida en el bucle de estudiar y estudiar y sentía que no podía salir de él.
La lectura de un libro fue un punto de inflexión
Y entonces llegó a mi vida un libro. Sí, un libro. Ese libro me replanteó todo lo que hacía y me di cuenta de que no quería seguir en el conservatorio y menos solo por aprobar, así que dejé de asistir a las clases que no me aportaban nada. Sólo iba a las asignaturas que me tenían realmente enganchada: coreografía, dramaturgia, puesta en escena… A el resto no asistía y me metía en la biblioteca a leer cosas que me interesaban, a buscar algo que se me había ocurrido o a anotar cosas para mi proyecto, aunque parecía que nunca llegaba.
Recuerdo perfectamente una conversación con una profesora en la biblioteca. Llevaba meses sin ir a sus clases pero no le dije el motivo. Era la hora del examen final y yo estaba allí con mi ordenador, escribiendo un guión sobre algo que había leído esa mañana. Todos andaban repasando y yo estaba allí, metida en mi mundo. Cuando se fueron todos la profesora entro y me dijo que fuera al examen, que me iba a aprobar, pero que fuera. Le agradecí mil veces el gesto, pero me armé de valor y le dije que no estaba allí para aprobar un examen, que quería aprovechar mi tiempo aprendiendo, no aprobando o suspendiendo exámenes. Así que no fui y eso fue lo que hice con el resto de asignaturas. Solo iba a las clases interesantes y pasé de exámenes y pruebas que no me aportaban nada.
Sens estaba siempre en mi mente pero me daba un miedo inmenso que me saliera mal, así que me tire un tiempo estudiando solo cosas que me interesaban y haciendo proyectos interesantes sin saber muy bien para qué me iban a servir después: fotografía, edición de vídeo, monitora de actividades deportivas, pilates, fitness, danza urbana, castings, pruebas de arte dramático, teatro… no tenía nada que ver una cosa con la otra, pero todo me gustaba y me hacía feliz. Incluso estuve un tiempo recibiendo clases de canto, aunque la verdad, se me da fatal (pero sentía que aprendía). En definitiva, hacía lo que me apetecía sin saber muy bien a dónde me iba a llevar todo esto.
Y de nuevo volví a tropezar con un libro que me removió todo. Esa navidad me la pasé llorando escondida en mi habitación sintiendo que mi vida no tenía mucho sentido y que lo que hacía no servía para nada. Me pasaba los días releyendo ese cuaderno, pero no sabía cómo poner en pie todo eso que estaba escrito. Por otro lado estaba mi madre, que tampoco me veía muy feliz y no dejaba de impulsarme y animarme a que lo hiciera, pero tenía un miedo tan grande dentro que estaba paralizada.
Entonces me llamaron para dar clases en un pueblo cercano y pasé de tener diez alumnos a ochenta en una semana. Me pagaban una miseria, pero me sirvió para lanzarme. Amaba motivar y hacer pasar un rato divertido de la gente que asistía a mis clases.
Y así fue como nació Sens, poco a poco, llegando cada día a alguien nuevo e intentando hacer feliz a todo el que entra con el baile. Yo a Sens le llamo “mi castillo” porque me siento princesa en él y porque es mi lugar favorito de la tierra.
Empecé siendo metódica y cuadriculada, para acabar dándole a mis clases mi propio estilo y mis propias estructuras, siguiendo mi propia intuición y sobre todo “escuchando” lo que mis alumnos me piden sin tener que usar las palabras.
Sens me ha traído un crecimiento profesional brutal, pero sin duda lo mejor ha sido conocer las historias de cambio de mis alumnos a través del baile. Miedos vencidos, autoconocimiento, motivación, historias de amor, escenarios pisados, sueños cumplidos y un sin fin de historias que me llegan cada día y que me hacen ver que el baile es sólo el vehículo por el que se siente atraída mucha gente para vivir cosas más SENSoriales, auténticas y únicas.
Por supuesto, sigo teniendo sueños personales y metas profesionales que comparto con mi familia, pero lo que más me mueve son los sueños que cada alumno trae a mis clases. Esos sueños me hacen revivir lo que yo sentía de pequeña, con esa energía, con esas ganas… Ellos son el auténtico motor de que yo cada día quiera seguir formándome y aprendiendo y no para colgar un título y que alguien vea que lo tengo, sino para poder enseñar más y mejor.
Me siento orgullosa de poder hacer lo que me apasiona y hacer felices a mucha gente a través del baile en Sens.
Pensándolo bien, nunca me dieron un título que me dijera esto, pero con los años, me he dado cuenta de que es la habilidad más grande que tengo: transmitir mi energía y hacer feliz a la gente a través del baile.
Siempre me inspiró leer la vida de los demás y por eso he intentado sintetizar aquí la mía. Si te inspiró o motivó, ya ha merecido la pena escribirla.
Me ocurrieron experiencias brutales cuando escribí a gente que me inspiró por correo, así que te dejo aquí el mío por si quieres contarme algo. Estaré feliz de que lo hagas.
Rocío Illanes.